Las montañas que limitan Francia y Andorra con España eran el paso natural para todos aquellos que buscaban la libertad y huían de la persecución y la guerra. A pesar de la contigüidad entre estos países, cruzar la frontera era una acción arriesgada, incluso letal en algunos casos.
La dificultad del camino, sobretodo en algunos puntos de la cordillera, el frio y la nieve, la actuación sin escrúpulos de algunos guías y la posibilidad de ser detenidos y repatriados por la policía que vigilaba la frontera eran algunos de los problemas a los que se tenían que enfrentar los extranjeros que se dirigían a España buscando la libertad y que a menudo convertían esta experiencia en una auténtica odisea.
La travesía de los Pirineos se hacía con la ayuda de guías, conocidos en Francia como passeurs. Los guías españoles eran sobre todo personas nacidas en las montañas: entrenadas, conocedoras de los caminos, del medio, de su gente. Muchos de ellos habían realizado las mismas tareas durante la Guerra civil, en sentido contrario, acompañando a través de los Pirineos a los que buscaban refugio en Francia y otros más se dedicaban ya anteriormente al contrabando.
La dureza que significaba cruzar andando los Pirineos para muchas personas poco entrenadas y preparadas y en edad avanzada hacía necesario disponer de una serie de masías de confianza de los guías donde poder descansar antes de reemprender el camino. Las fuerzas de seguridad españolas vigilaban exhaustivamente estas masías cuyos habitantes vivían en constante peligro.
Cabe mencionar también los passeurs ocasionales, vecinos de los pueblos cercanos a la frontera que, fuera de toda red u organización y ante la desesperación de algunos casos, se ofrecieron para acompañar a los evadidos hasta el collado de montaña más cercano. Las motivaciones que los llevaban a realizar este trabajo eran varios: por un lado el compromiso político y personal que tenían un peso específico importante y por otro las sustanciales ganancias económicas que conllevaba esta actuación.
Para ayudar a las personas que querían huír de los países ocupados se organizaron estructuras de apoyo, las llamadas redes de evasión. Inicialmente éstas se encargaban de la llegada a la Francia de Vichy pero pronto se ampliaron para ayudar a los evadidos a cruzar los Pirineos para entrar en España. Los servicios secretos de los países aliados jugaron un papel clave en la organización de estas redes. Británicos y norteamericanos impulsáron la mayor parte de las redes de evasión que además del paso de personas podían encargarse de llevar documentación dirigida al ejército aliado organizado en el norte de África o Inglaterra y a los distintos gobiernos en el exilio organizados en Londres. Las expediciones de vuelta desde España por otro lado permitían pasar informes y dinero destinados a organizar la resistencia.
Las redes de evasión eran muchas, cada una especializada en el paso por un determinado territorio y también en la evacuación de determinados colectivos, y cada una de ellas tenía varias ramificaciones en función de los itinerarios programados.
El destino más habitual de los refugiados era Barcelona, desde donde se organizaba su posterior huída a través de España y Portugal hasta llegar a un puerto, principalmente se escogía Gibraltar y Lisboa, desde donde embarcar hacia un destino más seguro.